martes, 7 de junio de 2011

El abismo (parte 1)

A veces me pregunto cuál es mi propio límite, hasta donde puedo llegar. Muchas veces siento que me acerco a una fina línea que da paso a un terrible abismo, oscuro y aterrador. Es en aquellas veces en la que el viento del abismo recorre mi cuerpo y me dice "ve, vamos, tienes que vivir la vida". No logro comprenderlo del todo aún. Me pregunto qué será lo que me ata tanto al abismo, si ya pude rozarlo tan solo con la punta de mis dedos, pude degustarlo con mis labios, pude olerlo y pude verlo en amplitud. Pude sentirlo. Pude probarlo, y fue un desastre...

Con esta reflexión me desperté una tranquila mañana de sábado. Estuve un buen rato divagando entre el sueño y la realidad, ya no sabía si estaba pensando realmente, si lo que veía era un sueño o si lo que oía era verídico. La casa estaba impregnada de olor a berenjenas rellenas de carne, lo que significaba que me había levantado alrededor de las dos y media de la tarde. Probé a incorporarme, y un espasmo recorrió mi cuerpo desde el dedo meñique del pie hasta el último pelo de mi cabeza. A continuación, un leve mareo, y la necesidad de tumbarme de nuevo. Dios mío -pensé- pero, ¿qué pasó exactamente anoche? Como una bala de Kalashnikov, mi reflejo subido en una moto tuneada por los suburbios madrileños. Ya me acuerdo, Jorge me llamó. Me dijo que su amigo el de Villaverde había traído mierda de la buena, que me pasara por Oporto a las diez de ayer para verla y valorar. ¿Cómo llegué hasta una moto? ¿Dónde estuve? Otro reflejo. En casa de su amigo, el pachi, o pacho, no me acuerdo. Había como veinte personas en su casa. Una locura. Gente metiéndose rayas sin parar, poqueras haciéndose fotos con su particular pose, y ahí estaba el de Villaverde, por llamarlo de algún modo, con una botella de Jack Daniels en una mano y un porrazo en la otra.
-Qué pasa Jorge, pensé que ya no venías tío.
-Había que esperar aquí a la princesita, que tarda ochenta horas en venir tronco.
Le miré con cara de enfado fingido, y reímos los dos.
-Hombre Paulita, hace mucho que no nos vemos eh...
-Ya tío, he estado muy liada.
Él me sonrió. Tenía los ojos ligeramente hinchados, pero creo que ya los tenía así siempre. Sabía que había estado evitandole durante un mes. Como muestra de perdón, me ofreció alcohol, y lo rechacé con todo el dolor de mi corazón, dios, adoro a mi amigo Daniels.
-Eh Pachu -le dijo Jorge-, pasame de esa mierda que traes anda.
-Oye, las princesas primero -me acercó el porro a la mano derecha, y seria, sin ningún contacto visual, lo cogí y le dí varias caladas muy fuertes. Necesitaba sentir la adrenalina YA.

Una luz me ciega de repente. La voz de mi madre atrona en mis oídos, y parece que va a perforarlos.
-Pero, ¿a tí te parece normal? ¿Has visto que horas son? ¡Ayer dijiste que te ibas a levantar temprano para estudiar! Si es que yo, ya no sé que hacer... a saber a qué hora llegarías ayer. Como me duermo, y confío en que tú llegues a...
blablablabla. No quise oír nada más. Me tapé la cabeza con la almohada, que me sirvió de escudo contra el bombardeo sonoro. Nada, no funcionó. Me quitó la almohada y me destapó totalmente, lo cual me dio ganas de cagarme en todo ser viviente.
-Hija, ¡vaya moratones tienes en las piernas! ¿qué te ha pasado?
Ni yo lo sabía, pero tuve que ser rápida en mis contestaciones.
-Nada mamá, me los hice el otro día en educación física, estuve haciendo el gilipollas.
-Pues vaya, ¿a que a tu amiga Laura no se le ocurre hacer eso?
En el fondo seguramente sí se le hubiera ocurrido, pero en fin...
-No, mamá, venga, déjame en paz.
-Sí sí, pero levántate y vístete que viene tu hermana hoy a comer.
Me incorporé muy despacio, para no sufrir más espasmos ni mareos. Mi madre me miró y sonrió.
-Desde luego, no sé de qué morirás pero de un infarto desde luego no.
Se debía referir a aquello que ella llamaba "rendimiento de los actos". Vamos, que un día casi no me cundía para nada. Menos mal que no sabe que, en realidad, es todo lo contrario.

Me levanté por fin de mi cama y me dirijí al baño para lavarme un poco la cara. Me miré de frente, recién levantada. Era la viva imagen de una juventud prometedora que se desviaba por un camino que no era el suyo, enfilándose al precipicio. Nada más deprimente.
Habiéndome retirado ya restos de pintura de ojos del día anterior y limpiado a conciencia mi rostro, me sentí un poco mejor. Cerré los ojos un segundo y pude tener otro reflejo del día anterior: había sangre en el suelo, y una chica joven, morena y preciosa, yacía en el suelo inconsciente. Acababa de pegarse con una de esas poqueras chungas de barrio que da miedo solo mirarlas. Seguramente la chica morena no había hecho nada. Recuerdo como intentábamos buscar el origen del corte: una raja en el antebrazo, no era nada en realidad, pero la sangre siempre es escandalosa. Pedí un pañuelo o una camiseta, cualquier cosa que hiciera presión sobre la herida. A alguien se le ocurrió la idea de echarle vodka sobre la herida para desinferctarla, ahora que la chica estaba inconsciente. No supe qué decir, estaba borracha y colocada, quería llorar. Acepté, y lo hicieron. La chica se retoció, comenzó a sentir como le ardía el brazo. Se sintió agobiada. No paraba de chillar. Le envolví la herida con la camiseta e hice un nudo, haciendo presión.
-Venga Paula, que ya has cumplido. Vamonos.
La chica se retorcía de dolor.
-¡Llamad a una jodida ambulancia!

Vale, pensaba, pero hay un espacio de tiempo aún que no lograba descifrar: desde la casa de aquel chico de Villaverde hasta Pan Bendito. Ahí estaba la parte crucial, la clave de toda la historia. Tenía que seguir recordando...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

MSN