jueves, 9 de junio de 2011

El abismo (parte 2)

Sentía el viento rozar mi cara, y erizar mi piel con la velocidad. Me sorprendí sonriendo ante los pequeños acelerones, aunque reconozco que en el fondo estaba pasando un poco de miedo. Él me miraba de vez en cuando, y me sonreía.

-Oye, mira al frente gilipollas! Vamos a chocar.
-Hazme caso, confía.

Le abracé un poco más fuerte, y contuvo la respiración durante una milésima de segundo. Lo percibí, le había gustado. Yo no podía, sabía que era la puerta de mi abismo. No me lo iba a permitir.

-Ya hemos llegado. ¿Te ayudo a bajar?
-Joder, no estoy montada en un caballo, yo tambien sé montar de estas.
-Uhh, perdona, perdona.
-No es mi estilo para nada. Es una moto muy fea, que lo sepas.
-Anda chula, no tienes ni idea.

Estaba claro que ese no era mi ambiente. Se palpaba. Se podría cortar casi. Pero me gustaba, era un mundo diferente, era otra gente, me sorprendía cada virtud que iba añadiendo a la lista de sus cualidades. De todos modos, era el único día que me permití no pensar, decidí sumergirme en aquello hasta el fondo, probar la manzana. Estaba completamente decidida a practicarme un suicidio indirecto, lento y doloroso.

-Oye, estás blanquísima. ¿Qué te pasa?
-Déjame tío, me mareas.
-No jodas...
-Qué.
-Qué mierda te ha dado.
-¿Qué coño estás diciendo?
-No me toques la polla anda, que no soy gilipollas.
-Que no me ha dado nada joder...
-Anda tú, bueno, tú verás, pero ya te digo que te estás metiendo en mucha mierda, estás haciendo el imbécil.



Le miré, él siguió caminando. Sabía que me había parado pero continuó, en dirección al parque. Corrí un poco y le cogí del brazo.

-Lo siento, mira, te prometo que no lo volveré a hacer. Además, hoy quería divertirme un poco más. Necesito relajarme, ¿sabes?
-Ya, ya... si ya te has relajado de sobra en casa del Pachu.

Le di una bofetada en la cara, sonó como un estruendo. Me sorprendió mi fuerza descontrolada. Me asustó su reacción, él también iba bastante mal y temí que me llegara a pegar. Se llevó la mano a la cara, y empezó a reír.

-Paula tía, eres gilipollas, era una broma! Ya sé que no te gusta, vamos a dejar el temita anda.
-Tío, me llevaste hasta su casa sabiendo lo que tú y yo sabemos. Por lo visto, lo que todo el mundo sabe. ¡No soy una puta! ¡Tengo dinero! ¡Voy al instituto, en un buen barrio, tengo amigos decentes! ¡No soy una jodida puta!
-Vale, vale, que me ha quedado claro. Venga, que nos están esperando.




-Paula. Paula... ¡Paula!
-Qué, qué!
-Joder, estás empanada eh.
-Perdona tía, estoy sobadísima.
-Jajaja, joder, vas fumadísima!
-Un poco.
-EEEEh, que se me había olvidado. ¿Que ha sido de...?
-De...?
-Ya sabes quién.

Rogué que no me lo preguntara, que pudiéramos tener variedad de temas. Al principio funcionaba, hablaba por los codos y la mantenía lejana al tema en cuestión. La cosa se jodió cuando ya llevaba 3 porros, no podía casi ni hablar.

-Ah. No sé, nunca le veo ya.
-¿Sí?
-Sí.
-No.
-No me rayes anda.
-Que te vi llamando a su portal el otro día. Tambien te vio Alba.
-Ya, pero no estaba.
-¿Qué hacías llamando a su portal? Joder, menos mal que no te gustaba.
-Es mi amigo, nada más.

No era verdad para nada, pero mi orgullo se apoderaba de mí. No había nada que me pudiera dar un impulso más que yo. Ninguna sustancia estupefaciente funcionaba. Lloraba como una gilipollas.


-Yo lo tengo clarísimo, tú le gustas. Tú sabrás qué es lo que haces, pero el tren
se te va a pasar si no lo coges.


-Ya pasó hace tiempo, y no me abrió la puerta.


-Eso no tiene sentido.


-Calla, quiero oír el sonido de la madrugada. Es relajante, después de música de fiesta, coches por todas partes, gente gritando... y de pronto silencio. Y mis pies descalzos.


-Ya veo...



Pies descalzos...


-¿Qué haces?


-Me duelen los pies, espera. Me voy a quitar los zapatos.


-Deja que te ayude.


Se agachó lentamente hasta mis pies, examinando todo mi cuerpo de camino a ellos. Cogió mi zapato y lo desabrochó con cuidado, quitándomelo del mismo modo. Acarició mi pierna, y fue deslizándola por el gemelo hasta la rodilla. Avanzó hacia los muslos, y mi mano se lo impidió. Le besé, sin ningunas ganas pero lo hice. Pensé en otra persona. Eso lo hizo todo más sencillo. Me quitó la camiseta, pero no me di cuenta hasta un rato después. Es como si estuviera en una cuarta dimensión borrosa y circular. Un portazo en la habitación hizo que mi visión vibrara, era un chico bastante guapo, me había fjado en él en la fiesta pero no me había acercado a decirle nada, él tampoco. Nos miró y sonrió.


-Creo que me he equivocado de habitación.


-No, no... todo lo que buscas está aquí seguro.


-No creo. He perdido a las niñas.


-¿Éstas, no? -dijo riendo-.


Sacó de su bolsillo un chivato con pastillitas de colores crema, rosa pálido y azul cielo. Parecían chucherías, de hecho olían muy dulce para mi sorpresa.


-¿Te quedas entonces?


Me miró. Yo sonreí y le hice un gesto pidiendo aprobación.


Cada uno se tomó una y un cuarto, lo que a mí me pareció excesivo. Yo sólo tomé tres cuartos (sólo). Empecé a reír sin parar, todo eran luces y colores bellísimos. Sentía la irremediable necesidad de bailar sobre la cama. Ni siquiera mi cerebro procesaba preguntas como si ellos me miraban. No me daba cuenta de nada. Podía tocar las notas musicales, podía notar como si mi piel floreciera, qué extraña sensación. Pude experimentar la sensación de no pensar en nada en absoluto, tenía la sensación de que estaba viviendo un sueño lúcido del que despertaría de un momento a otro, en mi cama, pensando en lo absurdo del mismo. En ese instante, todo me parecía normal, maravillosamente normal. Ahora sí les veía, el chico de ojos oscuros me miraba serio mientras que el Pachu le pasaba el piti al otro para subirse a la cama conmigo para lo que él denominó "pasar el rato". Yo bailaba, y él me cogía de la cintura sintiendo en la palma de sus manos mi movimiento. Después de eso, todo se emborrona, todo va muy rápido, veo sus rostros frente a mí, muy cerca, nos besamos. Lo que pasó allí, sólo las paredes pueden saberlo. Ninguno llegamos a recordar.



-Paula, ¿estás llorando?


-Ayúdame.


-¿Qué te pasa?


-Le quiero, le quiero, LE QUIERO, joder.


-¿A quién? ¡Dime! ¡Paula!


-Él no, él no...


-¡Paula! ¿Qué pasa?


-Por favor, llámale...


Le busqué el teléfono en la agenda, hasta encontrarlo. Le di el teléfono, miró el teléfono y lo reconoció enseguida. Me preguntó si estaba segura de llamarle, y afirmé con la cabeza. Lo hizo. Habló con él durante un rato del cual no me enteré de nada, solo la veía a lo lejos hablar durante un largo rato por teléfono. No estaba alterada, pero estaba muy seria. Colgó, y se dirigió hacia mí.


-Ya viene, pero más te vale contarme qué está pasando.

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