sábado, 12 de junio de 2010

Lluvia

Él la miraba fijamente. Aunque ella se daba perfecta cuenta de ello, decidió mirar al frente mientras le daba una calada a su más que consumido cigarro con la vana esperanza de que dejara de hacerlo. Pero él no dejaba de mirarla, de mirar su fino pelo ondeado con la brisa de la tarde, su pálida piel bañada por la tenue luz del sol que se oculta, sus ojos que tanto expresaban, sus labios indescriptibles, sus largo y delicado cuello, sus hermosas piernas, su postura erguida pero serena. Todo en ella era maravilloso. Para él, ella era como ver la luz al final de un túnel, como resolver la ecuación de un complicado problema, como la claridad azul del cielo después de una terrible tormenta. Pero, a su vez, era como la mejor pieza de un museo que jamás podría estar en venta, la posible cura que llega demasiado tarde al paciente moribundo. Ella jamás podría imaginar siquiera la mitad de un camino que llevaba a los sentimientos de aquel pobre chico idealista, de hecho nadie podría hacerlo.
Aun así, ella le mantuvo la mirada durante un instante y después echó a reír, y él con ella.

-¿Crees que esta va a ser la última vez que nos veamos? Sé sincero.
-Quizás.
-Confío en tu sinceridad -dijo ella con segundas-.
-Dudo mucho que nos volvamos a ver. Pero sí que es cierto que existe el destino, la suerte...
o las casualidades, para los incrédulos.
-¿Para los incrédulos?
-¿Tú crees en el destino?
-No.
-¿Y en la suerte?
-Quizás.
-Confío en tu sinceridad...
-Vale, vale. No, no creo.
-Entonces eres una incrédula.
-A tu incredulidad yo siempre la he llamado idealismo.
-Y yo creo que tu incredulidad te ha encerrado en una jaula.
-Por favor... -dijo esbozando una de sus brillantes sonrisas-.
-Todo el mundo quiere ser libre. Libre para soñar, para volar, para bailar, para amar... Tú estás encerrada y no puedes hacer nada de eso.
-¿Y qué propones para salir de mi "jaula"?
-Muy sencillo. Solo tienes que soñar, volar, bailar... y amar.
-Ya lo hago.
-Demuéstramelo, pues.

Ella volvió a mirar al horizonte con el semblante serio, y él percibió que no le había sentado nada bien esa conversación.

-Creo que ya sé como me lo puedes demostrar.
-¿Como dices? -dijo ella, volviendo a fijar su mirada en la suya-.
-Baila conmigo.

Ella rió delicadamente, y finalmente aceptó con un gesto de afirmación. Se pusieron uno frente al otro, él la miraba y ella desviaba la atención. Cogió su delicada mano y posó la otra sobre su cintura, y ella puso su otra mano sobre el hombro de él. Los segundos parecían quebrarse uno a uno hasta acabar con el tiempo, y la tensión se transformó en paz espiritual entre ambos. Ella posó su cabeza sobre el hombro del pobre chico atormentado, y él suspiró silenciosamente. Ambos notaron como empezaban a caer unas leves gotas del cielo, y como iban aumentando poco a poco hasta convertirse en una tormenta. Pero para ellos no había un mañana, y era un detalle sin importancia. Ella sonrió al percibir la lluvia caer sobre ambos, y sintió una gran sensación de plenitud que recordaría para siempre. Mientras, el chico dejaba escapar alguna lágrima que ella no llegó a percibir. Ella decidió romper el silencio, con unas palabras que él mantendría en su memoria durante muchos días y muchas noches.

-¿Sabes? Creo que tenías razón. Ahora me siento libre.

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