Madrid. Esa ciudad de cemento, hormigón y prisas, cansancio, estrés... Muchas veces me he preguntado porqué mi familia y yo perduramos en esta gran ciudad. Y cuando ya me cago en todo, es cuando me acuerdo que es la capital de un país desarrollado. Un lugar moderno que está en la cúspide de la "economía", "trabajo", garantía social, ocio y centros de todo tipo. Me gusta la comunidad madrileá, aunque dudo que diga lo mismo cuando sea un tanto mayor.
Viendo la TV, escuchando lo que dice la gente y leyendo algunos libros descubrí que había un lugar al norte llamado Asturias. Me encantaba eso de que fuese todo verde. Árboles, plantas, aire, frío, calma y más eran las cosas que me atraían de allí. Supongo que he viajado poco a lo largo de mi vida, pero algo de España sí que he visto. Valencia, Alemría, Sevilla, Segovia, Toledo, Cádiz, Ávila... Pero mi sueño era visitar ese paraje rústico llamado Asturias. Lejos del calor, de la playa, de la gente ruidosa, de los chiringuitos y de los paisajes llanos.
Un día mi familia decidió darse una escapada, en un fin de semana, fuera de Madrid. El destino escogido fue Asturias. Por fín cumpliría un sueño. Y por fín casi no lo cumplo; pero finalmente fui.
El viaje en coche tardó al rededor de las cinco/seis horas. Mareo, aburrimiento y cansancio para la mayoría; música, conversaciones entretenidas, risas y reflexión para mí. Cuánto más nos acercábamos a "Villaviciosa", más denotaba el frescor de la tierra, el oxígeno de los árboles y la claridad de los cielos.
Al otro lado del vidrio veía pequeñas casas alejadas de cualquier vecino. Familias que solo se tienen a ellos mismos para vivir. No sé si sería capaz de resistir mucho tiempo así, sin mi peñuski; aunque como se suele decir: "Todo es acostumbrarse. De todas formas acostumbrarse a la casi absoluta soledad es muy triste.
Llegamos a nuestra casa. Preciosa. Parece un pequeño palacio que vive acorde con los árboles situados a su alrededor. Eran practicamente las 23:00 cuando nos instalamos, así que mucho no nos dio tiempo de hacer. De todas formas siempre hay cabida para unas risas antes de un merecido sueño.
Mágico amanecer tiene Asturias. Cuando oyes los pájaros cantar, el aire puro entrar en tí y sobretodo escuchar a tu familia hablar como si tuviesen un megáfono incrustrado en la garganta, hasta entran ganas de levantarse a uno.
Un fuerte y rápido desayuno indica que a continuación empezaría nuestra aventura.
Alrededor de las 19:00 terminó nuestro tour. Nos habría gustado alargar un poco más nuestro turismo, pero por desgracia la suegra se nos enfermó.
Hechizado. Sí, hechizado es la palabra que mejor define como estaba yo. O tal vez enamorado tampoco sería incorrecto. El caso es que mis ojos habían visto los paisajes más bonitos hasta la fecha. No solo eso. Las personas eran sencillas, transparentes y amables hasta decir basta. Raro era ver a alguien sin una sonrisa en la cara, cosa que aseguro, en Madrid no pasa.
El tour acabó, no así la diversión. Barbacoa, charlas recordanddo un lejano pasado, comentarios del gran paseo realizado ese mismo día, planes de futuro, risas sinceras, eurovisión y otro merecido sueño para dar la bienvenida al domingo, nuestro último día.
Recogimos las cosas temprano para hacer el tour de despedida.
Cada minuto que pasada y cada rincón que explorábamos, hacía que más me enamorase de esta verde comunidad.
Fue una bonita despedida y mucho más para mi hermana, ya que visitó a un ciberamigo muy querido y apreciado por ella.
Cogidmos el coche para recorrer la extensa carretera hacia Madrid.
Atrás dejé mi corazón, mi cariño y mis ganas de volver otra vez a esas preciosas tierras.
Asturias. Esa ciudad de árboles, viendo delicado y sueños, paz, luz... A partir de ahora me pregunto porqué mi familia y yo no caímos en este precioso lugar. Y cuando ya me cago en todo, es cuando me acuerdo de que por ahora toca vivir y resignarse a vivir en Madrid.
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