miércoles, 14 de octubre de 2009

El tren

Llegaba 10 minutos tarde. Otra vez. Mis pies iban veloces y el vestido verde flotaba acompasando al viento. Las gafas de sol me ayudaban a ver el camino a la estación, pero el peso de la maleta era excesivo. No entiendo la importancia que le llegué a dar a las cosas que deposité en su interior. Al fin, llegué al lugar donde se encontraba el tren. Un hombre vestido de blanco con cara seria me ayudó con el equipaje. Le entregué mi billete y entré sola e indefensa al vagón. Busqué mi asiento, no tardé mucho en encontrarlo. Ahí estaba, nuevo y brillante. Me senté en él y al fin el tren se dirigió a su destino.

Una chica se me acercó y me pidió que la ayudara con las maletas. A continuación se sentó conmigo y estuvimos hablando durante una hora. Reímos, hablamos de la vida y de nosotras mismas. Era tan amable, tan dulce. Nunca olvidaré a aquella chica, aunque nunca la volví a ver. La chica bajó en una de las paradas y nos despedimos con un simple adiós.

La siguiente persona que se sentó a mi lado fué un chico. Con él hablé de amor, de toda la vida amorosa en general. Nos despedimos con un beso y lloré un poco. Pobre niña mimada.

A lo largo de mi viaje se sentó mucha gente considerada importante socialmente: un hombre con unas teorías sobre la creación del mundo y muchos datos poco interesantes para alguien que no entiende; un hombre soñador con el que hablé, como no, de sueños y libertad;

una mujer que quería ser la mejor pianista del mundo; otra mujer que no hacía más que llorar y no se le entendía al hablar... así infinidad de personas: de todas las culturas, religiones, de todo tipo. Finalmente entró ella. Tan guapa, tan dulce, tan inteligente, tan hermosa por dentro

y tan perfecta. Ella me marcó desde el primer momento que la vi, y no pude evitar hablar con ella. Cada vez que hablaba los ojos me brillaban y si no hubiera sido homosexual me habría enamorado de ella. Con ella hablé de todo, absolutamente de todo. Me llenó de experiencias y me cambió el viaje para siempre.

Finalmente ella también tuvo que bajar del tren, como todos. Lloré, lloré y no paré de llorar, y nos despedimos con un inmenso abrazo y un hasta siempre.

Al fin sonó el claxon. No sé cómo ni porqué, pero supe que era el momento de bajar, pero sabía que me tocaba irme. Yo sabía que sería recordada por alguien, al igual que recordé a los grandes ojos castaños que me marcaron para siempre. Porque las personas grandes nunca se van del todo.

1 comentario:

  1. Walter "el crack" Pinto15 de octubre de 2009, 0:02

    La mejor actu de este blog.
    Una obra de arte de verdad,sigue así.

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