domingo, 1 de noviembre de 2009

Peluche corriente.

Y la niña, tan pequeña e inocente lo vio por primera vez. Era un oso de peluche muy corriente, tampoco tenía nada de especial aparentemente. Era blanco, mediano en tamaño, sus ojos estaban compuestos por un par de botones color azabache y su boca por unas cuantas puntadas rojas.
-Mamá, ¿me lo compras?
-Te lo tienes que ganar. Además, no me gusta.
Nadie lograba verle el encanto a ese peluche. Sí, vale, por fuera era muy normal, y parecía que no pudiese aportar nada que no pudiera hacer el peluche que tenía a su derecha, que era tan grande y lujoso. Qué más daba eso, la niña no le encontraba el encanto. Ese peluche podía darle seguridad cuando tuviera miedo a la oscuridad, pero era tan frío... En cambio, el otro peluche podría darle calor y muchas cosas más. Podría darle mucho amor y corresponderlo ella tambien.

Y así, la niña pasaba después del colegio cada día por el escaparate a ver su precioso peluche y a desear que algun día pudiese tenerlo ella en sus manos y no separarse de él para siempre. Pero claro, ella sentía que cada día veía más lejano el hecho de que su madre le comprase el peluche, y eso le entristecía y a veces lloraba durante una tarde entera por su ausencia. Pero ella confiaba en que al menos podría ser feliz contemplándolo en el escaparate y, a veces, entrando en la tienda para cogerlo por unos segundos y saber lo que se sentía. Al final, el dueño de la tienda acababa echándole la bronca por tocar los objetos del escaparate. Pero era un gusto y una felicidad poder estar con él aunque fuera por tan poco tiempo...

Un día común y corriente, la niña salió del colegio felizmente, ya que había sacado una buena nota y sabía que su madre le compraría el peluche. Cuando llegó al escaparate, el maletín de los libros impactó con el suelo y la niña se llevó las manos a los ojos para llorar desconsoladamente. El peluche ya no estaba en el escaparate, no sabía por qué pero ya no estaba. La madre la cogió en brazos y le intentó parar el llanto.
-Hija, no te preocupes. Ese peluche no valía la pena. Mira, si quieres te compro ese peluche tan grande y bonito que hay en el escaparate, ¿no te gusta?
La niña se puso a gritar enrabietada.
-¡No, no me gusta! ¡No puedes intentar convencerme de que quiero ese peluche y me olvidaré del otro porque no es así, yo quería a ese peluche!

La niña se fue corriendo a su casa con lágimas en los ojos, y su madre detrás suya. La niña corrió y se llamó mil veces tonta por haber dejado que otra niña, quizás que valiera más la pena que ella, hubiese llegado y se lo hubiese llevado sin consideración. O quizás fuese un hombre o una mujer adulta quien lo hubiese comprado para una niña o un niño, que no sabrían qué comprarles y vieron rápida solución en el peluche que era bastante asequible. Llegó a la puerta de su casa donde la esperaba su hermana, por lo que no dudó en abalanzarse sobre ella y llorar y gritar de rabia.
-Tranquila cariño. ¿Qué te pasa?
-Me...me lo han quitado.
-Bueno, creo que podré ayudarte.
La hermana se dirigió a la mesa del salón y sacó de allí una caja de tamaño mediano con un papel de la tienda de juguetes que había de camino a casa. La niña estaba confusa y no entendía nada.
-Ten, ábrelo. Sabía que te gustaría.
La niña sostuvo el paquete con las dos manos y se quedó mirándolo, sin saber qué decir. Empezó a abrirlo cuidadosamente hasta que llegó a la caja de cartón. Cuando llegó a ese punto empezó a emocionarse y lo abrió a toda velocidad. Sí, era él. Estaba impecablemente situado dentro de la caja de cartón y aún era más precioso en el salón de su casa. Lo sacó de la caja y lo abrazó con todas sus fuerzas. Por fin podía amarlo y ser correspondido.

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